martes, 23 de enero de 2018



Vilaller es un pueblo medieval, anclado entre montañas, que le dan ese encanto natural, que solo se encuentra en estos enclaves casi mágicos, debido al color cambiante de su paisaje. En primavera todo es esplendor y luminosidad, con esa explosión silenciosa de colores en los prados y en las montañas, que se prolonga hasta el verano, donde el verdor lo inunda todo, haciendo que un frescor de clorofila se cuele por todos los poros de la piel sintiendo correr por tu cuerpo, emociones únicas, con ese toque especial de lo que perdura en el tiempo. En otoño el paisaje se torna ensoñador, casi poético, con sus colores terrosos y cálidos, con sus atardeceres de arcilla y oro. Contemplarlo es vivir en un romanticismo imaginario de sueños reales y senderos de hojas mojadas que acogen el silencio de los pasos. En invierno, todo declina y parece morir, pero es una muerte fingida, un letargo, una parada momentánea... un paréntesis...Donde todo parece inanimado, pero solo lo parece. Sigue vivo en cada rincón de sus calles empedradas, en sus campos, en el latido constante de su rio, en los bosques... En sus gentes. Es solo el ciclo de las estaciones, que esperan tranquilas, su lugar en el tiempo, para volver a renacer. Vilaller descansa, subido en la roca, donde se alza apiñado, queriendo tocar el cielo. El origen de su nombre, no he sabido nunca de donde salió, o cómo surgió, aun a pesar de buscar información sobre ese origen. Sé que, antiguamente, fue la capital del Valle del Barravés. También se le conoce por La Villa de la Luz, supongo que será por su condición de valle abierto bajo un cielo tan luminoso como infinito.